Ministerio de Maestro
Maestros.
Los maestros son la quinta categoría de dones ministeriales impartidos sobre la iglesia por el Señor ascendido (Ef. 4:11). No está absolutamente claro si el término “maestro” representaba un ministerio distinguido o solamente una función de los apóstoles y pastores (ancianos). Está indicado por el hecho de que había “profetas” y “maestros” en la iglesia en Antioquía que “maestro” era un ministerio distinguido (Hch. 13:1); y que “maestros” están enumerados junto con apóstoles y profetas como oficios que Dios había puesto en la iglesia (I Cor. 12:28). Por otro lado, en Efesios 4:11, “maestro” no está precedido por un artículo definido como lo están los otros oficios; por lo tanto, el término puede meramente indicar maestro como una función de los pastores (pastores-maestros). La enseñanza está enumerada como un don espiritual en Romanos 12:6, 7; de allí que, puede ser ejercitado por cualquier creyente que esté así dotado.
Pablo se refiere a sí mismo como uno “constituido predicador, apóstol y maestro de los gentiles” (II Ti. 2:2). La gran comisión infiere fuertemente que la enseñanza es de primaria importancia en la obra continuada de la iglesia: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado …” (Mt. 28:19, 20). Aunque la enseñanza era una parte de casi todos los ministerios del Nuevo Testamento, habían algunos cuyo principal llamado era aquel de enseñar la palabra de Dios. Sin duda, hay algunos hoy cuyo ministerio podría ser mejor identificado como aquel de “maestro.”
Añadiendo a lo antes dicho, podemos decir que, la palabra “maestro” describe otra función del pastor y designa un ministerio específico y reconocido dentro de la comunidad de fe (ver Hch. 13:1; 1 Co. 12:28; Ef. 4:11; y Stg. 3:1). No todo maestro tiene que ser pastor, pero la tarea de enseñar es parte del ministerio pastoral. Uno de los requisitos para ser pastor es que sea “capaz de enseñar” (1 Ti. 3:2), porque su trabajo consiste básicamente de “la predicación” y “la enseñanza” (1 Ti. 5:17).
Además de predicador y apóstol, Pablo consideraba que tenía también el don y ministerio de ser didáskalos, maestro. Escribiéndole a Timoteo, le dice que Dios lo nombró heraldo y apóstol del evangelio, y además “maestro de los gentiles” (1 Ti. 2:7). En 2 Ti. 1:11, Pablo sintetiza esta variedad de su ministerio.
La importancia del ministerio docente se ve por el lugar que éste ocupa en la lista de 1 Corintios 12:28 y en Efesios 4:11, 12. En el primer caso, didáskalos representa el tercer miembro de una tríada de oficios carismáticos. La función de ese ministerio era la explicación del pensamiento cristiano y la interpretación cristiana del Antiguo Testamento. De allí que su tarea esté muy relacionada con la de los profetas (Hch. 13:1). Jesús mismo dio gran importancia a este ministerio. En la Gran Comisión que dio a sus seguidores, Jesús establece la necesidad no sólo de proclamar el evangelio del reino, sino también de enseñarles a los nuevos discípulos todas las cosas que tienen que ver con el mismo (Mt. 28:19, 20).
El maestro es instructor, pero no es sólo alguien que transmite conocimientos intelectuales, sino alguien que edifica a la iglesia mediante la enseñanza. Ernesto Trenchard subraya que los maestros son los enseñadores de la iglesia, “que se dedican al estudio de las Escrituras en profundidad.” Las iglesias necesitan de maestros que asuman un ministerio didáctico, que alimente a los santos con una sólida predicación expositiva, y les provea de la riqueza que está en la Palabra. Esta de una de las necesidades más grandes en las iglesias cristianas hoy en toda América Latina. Lamentablemente, no todos los pastores y líderes están lo suficientemente preparados como para llenarla adecuadamente. Como señala acertadamente Billy Graham: “Una de las grandes necesidades de la iglesia en la hora actual es de más maestros de la Biblia. Pero también esto está en las soberanas manos de Dios.”
Stanley M. Horton: “Vivimos en un mundo de cambios, en donde los nuevos problemas, los nuevos interrogantes, y las nuevas circunstancias hacen ciertamente necesaria la ayuda de un maestro que señale los principios de la Palabra y demuestre la forma en que éstos se relacionan con nuestro diario vivir. Esta sigue siendo la obra del maestro que está dotado por el Espíritu y dedicado a Cristo.”
Pastor-maestro
Los ministerios de pastor y maestro van generalmente juntos, ya que el pastoreo incluye fundamentalmente la alimentación de la congregación con la Palabra, mientras que la enseñanza está orientada a la edificación de los creyentes. Pastores-maestros son un don que el Cristo resucitado concede a su iglesia para el ministerio de su edificación cualitativa. En relación con el rebaño, los pastores-maestros llevan a cabo varias tareas, que son propias de su llamamiento y servicio. (1) Alimentan a la grey (1 Co. 3:2; Jn. 10:9; Ez. 34:23). (2) Dirigen a la congregación, como líderes responsables (Jn. 10:3, 4; Sal. 23:3b). (3) Protegen a los hermanos, especialmente en términos morales y espirituales (Jn. 10:11–15; Hch. 20:28, 29; Sal. 23:4, 5). (4) Restauran a los creyentes, ejerciendo una disciplina positiva (Sal. 23:3; Ez. 34:4).[1]
Finalmente, debemos mencionar unas palabras sobre el don de enseñar.
El don de enseñar
Pablo se refiere al don de enseñar en su lista de Romanos 12:7, cuando señala el imperativo de utilizar los dones diferentes que tenemos. Pedro aparentemente menciona este don en 1 Pedro 4:11, cuando se refiere al que “habla, hágalo como quien expresa las palabras mismas de Dios.”
La enseñanza es la instrucción dinámica en la Palabra de Dios, y las promesas y principios de una vida cristiana en conformidad con los valores del reino. Ésta consiste en guiar, orientar y estimular a los educandos en el proceso del aprendizaje. Enseñanza es toda acción orientada a procurar que el alumno o discípulo adquiera por sí mismo ideas, conocimientos y experiencias, que desarrollen en él o ella las potencias creadoras del espíritu. La enseñanza es uno de los ministerios básicos de la iglesia (Mt. 28:20; Ro. 12:7; Col. 3:16; 1 Ti. 5:17).
La enseñanza cristiana debe tomar en cuenta los contextos en que cada cristiano, familia y comunidad vive y trabaja, de tal modo que el evangelio sea internalizado para la obediencia en la praxis y no sólo para la comprensión intelectual de doctrinas secas y abstractas (ver, 1 Co. 12:1–30; Gál. 4:1–16; Stg. 2:14–26). Una enseñanza cristiana eficaz será maestra de vida y resultará en una mayor madurez del cuerpo, que redundará en una mayor efectividad en el cumplimiento de la misión. Por ello mismo, el don de enseñar—que enriquece el ministerio de enseñanza—es de vital aplicación en este ministerio en la iglesia. Según C. Peter Wagner: “El don de enseñanza es la habilidad especial que Dios da a ciertos miembros del cuerpo de Cristo para comunicar información relevante a la salud y ministerio del cuerpo y sus miembros de tal manera que otros puedan aprender.”
El don de enseñar es necesario para poder ejercer cualquier ministerio docente dentro de la iglesia. Su aplicación es posible en varios ministerios, como maestro de escuela dominical, discipulador, profesor de seminario, líder de cédula, conductor de seminarios de perfeccionamiento y actualización en liderazgo, etc. El ejercicio de este don es sumamente necesario para que la iglesia pueda desarrollarse con madurez en el evangelio cristiano.
El don de enseñanza consiste en una capacidad sobrenatural, dada por el Espíritu, para la comunicación efectiva de la verdad según debe ser enseñada (doctrina). El estudio de la pedagogía y la didáctica entrenan a una persona para ser un buen maestro, pero sólo el don de enseñanza puede hacer de una persona que no es una educadora profesional, un maestro como Jesús. Probablemente como en ningún otro caso en el caso del don de enseñanza la diferencia entre talento natural o capacidad adquirida por educación o formación profesional se hace muy patente. Como señala Billy Graham: “Enseñar es simplemente la capacidad, otorgada por el Espíritu Santo, de instruir a los cristianos en el conocimiento de la Palabra de Dios y su aplicación práctica en su conducta y en su manera de pensar.”
Roy C. Stedman: “Por lo tanto, es posible que un cristiano tenga el talento para enseñar, …, pero que no tenga el don espiritual de la enseñanza. Si éste fuese el caso y se le preguntase para que fuese a enseñar en la Escuela Dominical, …, él podría dar mucha información y conocimiento de hechos sobre la lección a su clase, pero a su enseñanza le faltaría el poder de bendecir, de hacer avanzar espiritualmente a sus estudiantes. Este hecho nos ayuda a explicar el porqué muchos maestros seculares bien calificados no sirven como maestros de Escuela Dominical. Y, por otra parte, cómo muchos maestros de escuela poseen, como cristianos, el don espiritual de la enseñanza y están siendo usados por Dios en clases bíblicas o incluso en la misma Escuela Dominical.”[2]